Bohechío o Behechío (¿-?). Cacique de Jaragua, hermano de
Anacaona, a quien Bartolomé Colón visitó en su residencia.
El primer europeo en pisar la tierra de Behechío fue
Bartolomé Colón, hermano del descubridor de América, quien SALIÓ de la ciudad
de Santo Domingo con una tropa y, después de un largo recorrido, llegó a
orillas del río Neiba, donde tropezó con numerosos indígenas armados con arcos
y flechas en son de guerra.
Al parecer, Behechío había tenido noticias del
trágico fin de Caonabo y había enviado a sus hombres a combatir al Adelantado
para no correr la misma suerte.
Viendo a tantos hombres, Bartolomé Colón les
dio a entender que no había ido a pelear, sino a ver a su cacique para
festejarlo. Creyendo los indios en sus palabras, enviaron mensajeros a Behechío
para que él y Anacaona fueran a recibir a los españoles y los agasajaran.
Después de otro largo trayecto, Bartolomé y su tropa
llegaron al principal poblado de Jaragua, donde se habían juntado numerosos
nitaínos y súbditos con el fin de obsequiarlos con areitos. De entre la
muchedumbre sobresalían 30 mujeres cubiertas desde la cintura a la media pierna
con unas faldas cortas de algodón llamadas naguas, quienes se dedicaron a
cantar y bailar alegremente. Después de una espléndida cena compuesta de carne
de jutía, pescados y casabe, Behechío le cedió a Bartolomé su residencia para que
durmiera en ella.
Al día siguiente, Bartolomé y su hueste se reunieron en la
plaza para ser objeto de un nuevo homenaje. Estando en ella aparecieron dos
grupos de indígenas con arcos y flechas que empezaron a luchar entre sí con
tanto ardor y coraje como si lo hicieran contra sus enemigos. Murieron cuatro
de ellos y otros quedaron seriamente heridos sin que los demás indios se
preocuparan de lo ocurrido, por lo que el Adelantado tuvo que pedirle a
Behechío que detuviera la contienda para evitar más muertes.
El Padre Las Casas afirma que de todos los caciques de la
isla, el más ilustre y de mayores cualidades era Behechío, bajo cuyo mandato
tenía cerca de 200 nitaínos. Los habitantes de Jaragua, según Las Casas, se
distinguían por su lenguaje de tonos más suaves y armoniosos que los de los
demás de la isla, sus finas facciones y la buena disposición de sus cuerpos y
ademanes.